Sunday, October 14, 2012

Valencia (Texto para mas34)


Bajaban caminando por la calle Na Jordana. Hacía días que se habían apagado las últimas hogueras, que Valencia ya no olía a pólvora y ceniza. La Fallas solo eran un recuerdo pasado en sus mentes. Imágenes que se difuminaban con el ahora. Quizá podía ser una metáfora de su propia relación.

Eligieron esa calle, a pesar de no ser la más discreta, confiando en que, tal vez, al dirigir sus pasos por el camino más corto y directo iban a encontrar una solución de la misma manera. Corta, directa y, a ser posible, sin mucho dolor. Uno sabía que prolongar esa tensa agonía no tenía sentido. La otra que sufrir tanto por una posibilidad más que remota no era sano, puede que tampoco inteligente. Ese pensamiento le disparó una frase de la boca que bien podía haber sido una deflagración, como las de hace unas semanas en esta misma calle, o una salida por el lado más trágico, nunca se sabe.

-Tú, realmente, nunca me quisiste.
Puede que esas palabras estuvieran retenidas en su cerebro desde que alguna serie de segunda categoría las introdujera a base de repetirlas o, quizá, era lo único que se podía decir. Lo importante es que crearon un antes y un después, igual que la tierra se abre en un terremoto y tú podías haberte quedado en un lado, o en el otro, del precipicio, insalvable precipicio.

Él abrió la boca para contestar, dispuesto a levantar un muro que le defendiera de los cuchillos afilados, o para ayudarle a derribar el débil puente que aun se mantenía en pie entre los dos. Dos personas, dos orillas: una, la del miedo y los celos. La otra, la de la libertad y la sencillez. En ese momento se interpuso entre su respuesta y ella una sirena que apagó sus palabras. Eso le dio tres o cuatro preciosos segundos para reconsiderar su discurso y sopesar la necesidad de comenzar las hostilidades.
-¿Qué decías?
-Que no se trata de lo que te he querido o no. Ni siquiera de las veces que te lo he dicho. Tú buscas alguien que te saque de esa espiral de confusión y caos que creas a tu alrededor. Y yo tengo más que de sobra con lo mío. No puedo mirar al futuro si siempre tengo mi boca sobre tu cuello. No puedo apenas respirar. Además, mi atención está evitando que te centres en ti misma. Te distraigo, sí. Te divierto. Pero no soy lo que buscas. Podría decir que tú tampoco me has querido a mí. Solo a ti misma.-

Las frases caían como piedras en los brazos de alguien que se ahoga, como martillos sobre su cabeza. Cada nueva palabra suponía una verdad que le impedía levantar los brazos para defenderse. Incluso su caminar se hizo más lento. Hasta detenerse enfrente de las Torres de Quart, después de bajar Guillén de Castro, justo delante de la muralla que aún muestra la metralla de las tropas de Napoleón.

Pensó, sin poder dar un paso más, temblando de la rabia, que quizá llegar hasta allí era un signo que debía interpretar y que ella tomaría la dirección contraria a la que tomase él y que ese sería el momento perfecto para separarse. Sin más palabras, sin más explicaciones, sin un adiós trivial y manido que no les condujera mas a que lugares comunes.

Él dejó pasar el tiempo. Observó a un niño que jugaba con una pelota gastada en el parquecillo adyacente y recordó las promesas que hace menos de un año se hicieron; nada serio, claro, medio jugando. Pero entonces parecía que el mundo tenía un sentido y que todos los caminos se abrían ante ellos, pudiendo elegir cuál tenía la hierba más blanda y más flores a los lados.
Apartó esos pensamientos y cogió, delicadamente, su brazo.
-Ven, vamos.
Ella negó con la cabeza y con los ojos. Llenos de miedo, de furia y de dolor.
-Ve tú, yo no puedo más.
Él la miro atónito. Se encogió de hombros mientras se sentía terriblemente culpable:
-Si esta visión no me estremece es que no debo pararme aquí ni un segundo más.- Pensó. Lanzó un beso a sus labios y ella lo aparto de un manotazo que le arañó levemente la cara.
Echo a andar cruzando las puertas, hacia el interior de una Valencia que oscurecía y se convertía, silenciosa y triste, en clásica noche de domingo.
Segundos después ella le seguía a la carrera. El niño con el balón se apartó asustado pensando que alguien quería arrebatarle la pelota. Irónicamente, el ladrón se llevaba cosas peores.

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