Sunday, October 21, 2012

Madre de Madres (Texto para mas34)


Me contó muchas cosas. Se sentó en su salón antiguo, con su sofá gastado, mucho calor y poca luz y me habló de sus tiempos mozos cuando tenía más libertad en un trabajo sistemático y repetitivo en un laboratorio del Ejército Español en Marruecos que en su propia casa, tras casarse y retirarse de la vida laboral. Me contó cómo le robaron el cordero que sería el almuerzo el día de su boda; lo que no le impidió pensar que su vida cambiaba para bien. Tremenda señal. Me habló del viaje a España. De lo que sintió la primera vez que salió de su casa, de su continente, porque si bien es española de identidad era mora de historia y corazón. No olvidemos que es tu tierra la que te hace vestirte de una forma u otra y mirar a la cara o no hacerlo.

Me explicó, con sus ojos vidriosos vueltos al pasado, cómo y dónde consiguió su propia vivienda después de pasar por las penurias de aguantar a suegros, primos políticos y demás familiares que pensaban que, como toda mujer, era más una bestia de carga que un corazón bondadoso. Quizá eso sea lo que más me duela porque de cariño va sobrada. No sabría elegir palabras para contaros.

Ahora casi no hace más ejercicio que ir de la cocina al salón, con un plato de comida preparada rápidamente. Acompañada de la música que hacen sus pulseras al entrechocar unas con otras -herencia de otra época, de unas ciudades con aromas a jazmín que ya le quedan tan lejos- un medallón al cuello que no es especialmente decorativo pero le da algo de la seguridad que merece.

Ahora hace tartas de chocolate que degusto de rodillas para hacerle reír y porque el respeto se puede mostrar de muchas formas, mira la tele mientras te cuenta lo cara que esta la comida en el supermercado y las cosas bonitas que le dice el carnicero que, si bien es un fresco, la mira con buenos ojos. No merece nada menos.

Estos días me pregunta que porque quiero aprender el idioma de los Teutones y me cuenta que algún familiar suyo –nuestro- también se escapó a Alemania para pelear por un pan que llevarse a la boca y otro para su familia, aunque no se llamase Pepe. Alguno de esos volvió, me dice. Otros decidieron no darle una segunda oportunidad a esa España cabrona que maltrataba lo mejor que nunca ha tenido: su gente.

Me pide que la escriba el nombre de las ciudades por las que paso. Y me imagino que se las enseña a sus amigas, quizá orgullosa, para salir de la monotonía de la merienda de café con leche y galletas.
También se entretiene en preguntarme quién es la chica con la que estuve el otro día y me pide que siente la cabeza y me busque una buena con la que casarme. En esos momentos puede conmigo y le daría el “sí, quiero” a cualquiera que tuviera el valor de proponérmelo. Solo en esos momentos. Solo por verla feliz.

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