No es que me apetezca lanzarme de cabeza en un lago helado del que no conozco el fondo, las rocas o los posibles monstruos que me esperan. No es mi intención nadar hasta la otra orilla de los celos y la incertidumbre. Pero tengo que hacerlo. Tengo que darte una noche de cal y otra de arena y es mejor que sepas en qué canchas se juegan esos partidos. Es decir, tengo mucho que perder, pero malgasto más si me quedo tumbado en el césped bajo el sol que calienta mi cuerpo. Porque más tarde vendrán las lluvias y el agua se volverá procelosa y violenta y entonces se habrá perdido el frágil camino por el que andar entre dos aguas. Hace tiempo que descubrimos que, al final, eres la misma de siempre. Con tus miedos y tus problemas, con tus sueños y tus vacilaciones. Inseguridades seguras que un día fueron piedras que se ataron a mis tobillos y me hundieron hasta tocar fondo. Tan hondo que ya no sabía si existía el afuera. Y tuve que aprender a bailar samba lejos de tus sortilegios. Con el chándal negro y el zoom en la mirada. Riendo de cada hora malgastada en un coche con chofer y comiendo huevos duros para desayunar y de buffet de lujo por la noche, cuando el azúcar de caña dibujaba remolinos de sonrisas en mi cabeza y era más fácil inventar historias al otro lado del charco.
Voy dejando artefactos cargados de magia en cada uno de los países con los que intimo. Escondiendo un trozo de mi alma en cada ciudad por si algún día decides acuchillarme por la espalda mientras me sonríes con esa inocencia que siempre he deseado, sin saber que la copa que estrellas y se hace añicos es la del futuro en Berlín, y el final en un pueblo pequeño con huerta y paseos de la mano. Como siempre quisimos. Como nunca sabremos dónde acabaremos.
Voy construyendo un chaleco salvavidas con postales de naciones que tienen su historia e intento quedarme con las memorias antes que con los recuerdos. No nos confundamos. Nunca dije que tu actitud fuera proterva o que tu apetito fuera nefando. O quizá sí. Pero me equivocaba. Otra vez y como siempre. Pensaba que el destino conspiraba contra la temperatura del vaso que sostenía y que se me secaban los botes de pintura nada más abrirlos. No era el caso, tu calor era una hoguera que nos consumía por el miedo a ser nosotros mismos y, si se nos endureció la mirada, fue porque la historia había sido terrible y las lágrimas no podían mojar lo que ya era un desierto, limpiar el pincel o reblandecer los colores para volver a embudarnos de vida.
Así que en esas estamos. Dos corazones ajados, de vuelta de algunas cosas y con un horizonte por otear. Donde las noches se vuelven promesas de una mañana mejor y hay muchas aspiraciones que complacer. De otras lenguas, de otros idiomas, de otras culturas, de otras manos, de otras sonrisas y de otros “¿Por qué no?”. Te vienes conmigo si tú quieres. Ahí tienes la balsa para no tener que cruzar a nado. Yo te espero en el otro lado, con un café caliente, una manta y palomitas para entretenernos. Solo habrá que olvidar el presente metidos en sábanas que se deshacen como mis manos sobre tu espalda, como la mantequilla en tostadas calientes que te ofrezco de desayuno. Mañanas felices, como te decía. Tardes de penumbra
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