Los portugueses no dicen que las cosas pasan, sino que acontecen. Que es una forma mucho más elegante de expresar que todos estamos en lo mismo o que todos sentimos lo mismo. El hombre como un ser socialque decía Platón, ya saben.
No sé porqué, cuando ocurre, ocurre en Juernes. Esas noches que sales con los amigos, sin más pretensión que tomar unas cañas, cenar algo y… bueno, ya que estás en Lavapiés y la felicidad comienza a hacerse incontrolable y te sientes tan a gusto con todos compras un par de Mahous por la calle y vas a buscar un bar en el que tomar alguna otra.
Si ocurre es en una de esas noches: conoces a una chica y, por algún tipo de coincidencias imposibles de controlar –alineación de planetas, elección de camisetas con colores acertados, sonrisa en los ojos y alcohol en la palabra-, consigues acercarte más a ella. Al final, resulta que la noche se da bastante bien –en su casa, en la cama; para los que no entiendan-. Quizá fuese que ella es de Mallorca aunque afincada en Madrid desde hace años. Que allí, en la isla, con el calor, la lengua distinta que los diferencia y, quizá, por estar casi colonizados por veraneantes alemanes, son mas dados a dejarse la piel en los juegos sobre el colchón y a mirar menos el porqué y mas el cuánto. Simplificando: porque me gusta, entonces -cuánto- lo repito hasta que no puedo más.
El tema en cuestión es que al día siguiente, o dos días después - según lo fuerte que seas o la cantidad de amigas que tengas para ir al cine- la escribes un mensaje al móvil y ella… Ella se deja querer. Contesta, coqueta y divertida, pero tarde, incluso un día más tarde. Tú sientes que el cielo se va desplomando según una curva logarítmica que tiene en el eje de las equis el tiempo que transcurre hasta su respuesta y en el de las íes tu confianza. Siempre he sido ateo y cuando hablo de cielo me refiero a seguridad en uno mismo. Se resquebraja poco a poco al principio, pero a pedazos que pueden matar, si caen sobre tu cabeza, al final. Es decir que hasta comienzas a arrepentirte de haberle contado a los amigos lo bueno que fue y lo simpática que era ella. Lo que te gusto y lo que te gustaría si…, bueno, no sé, quizá quedemos otra vez, no es que me importe, a ver si un día de estos la llamo, era maja pero no sé... ¡Ya!, ¡Claro!
Al final, contesta y te propone unas cañas por Malasaña. Después de tanto tiempo, después de que ya no te quedan uñas, después de, incluso, haberle pedido a tu madre que no hable más del tema. Ocurre que es como si la misma Manuela se hubiera dejado coger por los franceses. Se cae el mito y ya no hay tantas ganas. De hecho, ya no hay ilusión. Ya lo has conseguido. Ella está detrás de ti, no tú detrás de ella.
Me pregunto porque acontece eso. Porque deseamos algo con tanto fervor hasta tenerlo y, entonces, lo vendemos casi regalado cansados de haber jugado con ello demasiado tiempo. ¿No sería más simple saber qué es lo que realmente queremos?, ¿Y saber apreciarlo? Pero quizá la vida no sería tan divertida.
Al final, contesta y te propone unas cañas por Malasaña. Después de tanto tiempo, después de que ya no te quedan uñas, después de, incluso, haberle pedido a tu madre que no hable más del tema. Ocurre que es como si la misma Manuela se hubiera dejado coger por los franceses. Se cae el mito y ya no hay tantas ganas. De hecho, ya no hay ilusión. Ya lo has conseguido. Ella está detrás de ti, no tú detrás de ella.
Me pregunto porque acontece eso. Porque deseamos algo con tanto fervor hasta tenerlo y, entonces, lo vendemos casi regalado cansados de haber jugado con ello demasiado tiempo. ¿No sería más simple saber qué es lo que realmente queremos?, ¿Y saber apreciarlo? Pero quizá la vida no sería tan divertida.